Fiestas de primavera en Sevilla I

Jesús Pascual
4 min readMar 29, 2021

La primavera del año pasado iba a ser mi primera primavera en Sevilla. Compartía piso en el barrio de San Lorenzo, cerca de donde vivía Manoli, que avalada por años de experiencia, había ido supervisando mis movimientos en la app de Idealista. Yo, que soy un niño de provincias acostumbrado a las deficiencias del autobús interurbano, ya estaba fantaseando en febrero con la idea de poder volver desde la Feria a mi propia cama andando, o al menos, no teniendo que hacer tres transbordos de por medio. Estaba deseando que me molestaran los zapatos el Jueves Santo para poder separarme del grupo un momento, subir a mi casa, cambiármelos, y bajar de nuevo para continuar.

Cuando el azahar salió el año pasado recuerdo que la gente comentaba lo pronto que era todavía. En la peluquería, un señor —creo que la peluquería es el único sitio donde sigo escuchando conversaciones entre hombres— se quejaba preocupado de que para cuando llegara la Semana Santa ya no habría flores en los naranjos y que a este paso, el cambio climático nos iba a obligar a celebrar la Semana Santa en diciembre. Yo entendí la salida del azahar como el comienzo de la primavera, o por lo menos uno de sus indicios, y empecé a escribir sobre qué hacíamos mis amigas y yo, con intención de recoger todos los episodios relevantes desde finales de febrero hasta verano (había estado leyendo a Nazario y a Chaves Nogales y soy Géminis-novelero; además el señor de la peluquería me había incluido de alguna manera en su preocupación).

El primer plan oficial de primavera se le ocurrió a Rafa. Ya habían llegado las primeras restricciones y el barrio de Santa Cruz estaba vacío de turistas y cuajado de azahares. La idea era dar una vuelta, buscar una placita con muchos naranjos y sentarnos a tomar una cerveza. Yo me incorporé cuando salí del trabajo, muy contento porque había cobrado y porque Soleá Morente había sacado canción. La primavera empieza a llegar a Sevilla como una promesa de que las cosas irán a mejor. Paseamos de vuelta hasta Los Terceros y allí cenamos algo. Ese fin de semana nos confinaron y yo dejé de escribir.

Este año, en la calle, pero sin Feria ni Semana Santa; no se sabe muy bien si va a ser primavera en Sevilla o si tiene sentido que lo sea. Todo parece una concreción macabra del deseo.

Ayer fue Domingo de Ramos. Las hermandades no pueden salir a la calle, pero han montado altares extraordinarios para que la gente vaya a visitar a las imágenes en las iglesias. Las colas en las puertas, al sol, con corbata, tacones; pueden recordar a esperar en medio de la bulla viendo pasar nazarenos, pero desde luego no consiguen el mismo efecto de catarsis colectiva. Manoli empezó a utilizar esa expresión en verano: ella es de Almonte y la Virgen del Rocío lleva allí más tiempo de la cuenta como un signo de los ciclos rotos y la vida estancada; «estamos todas faltas de catarsis colectiva».

En la cola para entrar en San Julián escucho a una mujer quejarse del tiempo, del bueno y del malo: «¡Fíjate: con el cielo tan azul como está, si saliese la Hiniesta, con este solazo dando en la plata! ¡Qué coraje!». Y al rato: «El jueves da lluvia hasta el sábado, la Macarena no podría salir. ¡Qué lástima!». En otra cola, un grupo de amigos va estrenando corbatas de colores. Todos llevan el pin dorado de su hermandad en la solapa de la chaqueta, cinco o seis pegatinas con los escudos de las otras que llevan visitadas, ramitas de olivo en el bolsillo o palmas rizadas en miniatura. Discuten en broma sobre si van a seguir el consejo del Ayuntamiento y vestir la mantilla el Jueves Santo. Uno de ellos dice que ella no sabe si la va a tener lista, pero que esperen a ver el traje de flamenca que se está haciendo para la Feria.

Las colas son larguísimas: la de Santa Catalina da la vuelta a la manzana y llega casi a Doña María Coronel, la del Gran Poder termina en la Alameda. Varios encargados de la hermandad que sea recorren las filas una y otra vez recordando mantener la distancia de seguridad. Hay una tensión rara, quienes están en la cola quieren acercarse a los de delante o a los de atrás, entablar una conversación espontánea, no sería invasivo hacerlo sin covid. Pero como mucho comparten alguna mirada, se sonríen, hacen lo que pueden por acompañarse. Luego salen de las iglesias con los labios fruncidos, indiferentes, cansados. La ciudad no tiene sentido.

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